Mi propio negocio me está matando
No es una frase inventada. La he escuchado muchas veces a empresarios y emprendedores. Me la ha repetido una magnífica emprendedora, que montó su negocio justo después de la pandemia y me decía que le iba muy bien, pero no podía más, que tener un negocio propio no era vida, que soñaba con venderlo, pero que, entonces, ¿qué haría? Entonces, me decía que necesitaba a un director o directora general, pero que no le saldrían los números. Que se sentía atrapada en una especie de bucle, de callejón sin salida… Si seguía ella al frente, le flaqueaban las fuerzas; pero si delegaba el negocio, podía perder clientes y los números no le saldrían.
Esta es una situación muy habitual en negocios, especialmente en negocios de servicios profesionales. No tengo la varita mágica ni la solución, pero sí las dos claves que permiten salir de estas situaciones.
Se trata de dos: por un lado, el modelo de negocio y, por otro, el concepto del valor y coste de profesional directivo. Empecemos por el primero. Siempre he dicho que todo negocio tiene un modelo detrás que lo hace posible y otro que lo hace inviable. Y que tanto o más importante que el negocio en sí es el modelo que lo hace posible.
El modelo de negocio no es el negocio. Es la forma de este. Es el cómo. Es el diseño de cómo combino la propuesta de valor, con los clientes, los canales, los colaboradores, el quién hace qué, la lógica de ingresos y de gastos, las relaciones con clientes; es el diseño de causas y efectos. Cuando un empresario o empresaria no puede más, pero está ganando dinero y facturando, lo que falla es el modelo, no el negocio. Significa que su modelo da beneficios empresariales, pero no es sostenible a nivel personal. La gran pregunta y cuestión es cómo modificarlo para que las dos cosas sean factibles: sostenibilidad personal y económica. Y siempre hay una solución.
Esa solución para por un buen diseño y, después, por rodearse de los profesionales adecuados para que vayan absorbiendo funciones del fundador. Partamos de dos premisas. La primera es que nadie es insustituible. Los cementerios están llenos de gente que era insustituible y el mundo sigue girando sin ellos. La segunda premisa es que “la gente buena se paga a sí misma”. Por tanto, se trata de delegar y de hacerlo en la persona apropiada. Los buenos profesionales, en general, pero especialmente el sector servicios, generan los ingresos de los que emana su coste y, además, arrojan beneficios.
Son tres cosas: modificar algo, lo justo y necesario, el modelo de negocio; delegar; y apostar por gente buena, aunque salgan caros. Porque lo barato acaba saliendo caro. Siempre hay solución. Los negocios han de serlo sin llevárselos por delante.