Europa, en la encrucijada
En Copenhague se ha puesto en funcionamiento Gefion, un superordenador de inteligencia artificial (IA) de última generación, nombrado en honor a la diosa de la fertilidad de la mitología nórdica. Gefion fue inaugurado por el Rey Federico X y por el CEO de Nvidia, la empresa que suministra los procesadores que sustentan esta máquina. Hoy en día, Nvidia rivaliza con Apple y Microsoft en el top 3 de las empresas más valiosas del mundo. El superordenador está financiado por la fundación de Novo Nordisk y el Fondo de Inversiones y Exportación de Dinamarca, reflejando el compromiso de este país con el liderazgo en innovación y la búsqueda de autonomía en IA. ¿Para qué necesita Dinamarca una infraestructura así? Gefion estará disponible para investigadores daneses, tanto públicos como privados, para acelerar avances en medicina, biotecnología, tecnologías energéticas y computación cuántica, entre otros campos. Además, apoyará a las empresas danesas en proyectos de alta complejidad, ayudándolas a mantener su competitividad global.
Gefion prioriza la máxima seguridad para garantizar la soberanía de los datos daneses, asegurando que la información sensible permanezca dentro de sus fronteras. Este es un excelente ejemplo de cómo se construye el futuro. Dinamarca, uno de los ecosistemas de innovación líderes en el mundo, invierte el 2,9% de su PIB en I+D. Contar con grandes infraestructuras de IA y supercomputación a disposición de científicos, empresas y startups es fundamental para asegurar la investigación y la competitividad económica de los territorios.
Gefion ejemplifica la reclusterización y reactivación de los ecosistemas innovadores que necesita Europa, especialmente frente al liderazgo tecnológico de Estados Unidos y China. En el otro lado del Atlántico, triunfan los tecnolibertarios: Elon Musk desarrolla Colossus, un superordenador con 100.000 procesadores Nvidia, uno de los sistemas de entrenamiento de IA más potentes del mundo. Sam Altman, CEO de OpenAI, busca recaudar nada menos que 7 billones de dólares para crear un superchip que pueda sostener la carrera tecnológica. Microsoft, por su parte, ha anunciado Stargate, un superordenador valorado en 100.000 millones de dólares. La carrera tecnológica se escribe con grandes números, cantidades nunca vistas antes. En esta era dorada digital, seis empresas superan en valor financiero el PIB español: Apple, Nvidia, Microsoft, Google, Amazon y Meta. Tesla, muy cerca, completa el grupo de los llamados 7 Magníficos. Todas ellas son IA-empresas, organizaciones que han reconstruido sus modelos de negocio en torno a núcleos de IA. Entre las 10 empresas más valiosas del mundo, solo la financiera Berkshire Hathaway no pertenece al sector tecnológico.
Hace dos décadas, el panorama era otro: petroleras, distribuidoras, farmacéuticas y bancos, como Exxon, BP, Citigroup, Pfizer o Walmart, dominaban el mercado. Solo Microsoft estaba entonces en el top 10 y ha mantenido su posición hasta hoy. La economía global se ha transformado completamente en una tecnoeconomía. En los últimos 25 años, el poder tecnológico ha incrementado en 15 billones de dólares el valor combinado de las 10 primeras corporaciones globales, lideradas ahora por empresas centradas en IA.
Sin embargo, mientras Estados Unidos inaugura una era tecnolibertaria y en China impera un tecnoestado-IA que pretende controlar las cadenas de valor de todas las tecnologías disruptivas, Europa continúa sin modelo claro. Mario Draghi ya alertó de la necesidad urgente de que Europa reaccione para evitar el declive de su capacidad industrial y el deterioro de su estilo de vida. El posible cierre de tres plantas de Volkswagen en Alemania es un aviso de lo que podría suceder a mayor escala. La economía industrial europea no ha completado la transición hacia una tecnoeconomía digital y sostenible. Es esencial reforzar los clústeres productivos locales, digitalizarlos y conectarlos con las fuentes de I+D. En este contexto, la ciencia es estratégica. Su rápida transferencia a la sociedad y al sistema productivo es vital para nuestra prosperidad. Los presupuestos públicos deberían rediseñarse completamente bajo este principio, en un momento en que corporaciones americanas y naciones asiáticas están incrementando vertiginosamente sus inversiones en I+D.
Un cierto despertar tecnológico se deja notar también en España. Según las últimas estadísticas, 15 de las 17 comunidades autónomas han incrementado su inversión en I+D a tasas de dos dígitos en el último año, con 11 de ellas aumentando más del 40% en tres años. Son cifras muy buenas. En 2023, la economía española incrementó su esfuerzo en I+D en más de 3.000 millones de euros, casi equivalente a añadir una “nueva Catalunya” en términos de inversión. Madrid (27%), Catalunya (23%), Andalucía (10%) y el País Vasco (9%) concentran el grueso de la actividad en I+D. Estos avances situarían al País Vasco cerca del 2,5% del PIB en I+D, a Madrid en el 2,3% y a Catalunya en el 1,8%, aproximándose a la media europea.
Este progreso parece ser impulsado por los fondos europeos Next Generation, cuyo impacto ya se refleja en las estadísticas. Aunque son buenas noticias, no debemos confiarnos. Hay debilidades manifiestas. Primero. Baja participación empresarial: las empresas solo aportan el 56% de la inversión en I+D, 10 puntos menos de lo recomendable. Esto es indicativo de que el grueso de la I+D se ejecuta en el perímetro de lo público, sin impacto real en la productividad ni en los salarios. Segundo. La inversión en I+D representa solo el 1,49% del PIB español, la mitad del objetivo europeo del 3%. Pese al incremento bruto, el indicador se diluye por un notable crecimiento paralelo de sectores low cost en la economía, propulsados por empleos de baja calidad. Crecemos cuantitativamente, pero debemos hacerlo cualitativamente. Si no, creceremos solo para ser más pobres. Y tercero: futuro incierto tras los fondos Next Generation. Sin fondos europeos, sin procesos consolidados ni presupuestos propios claros, todo puede ser un espejismo. Sería una lástima que, cuando se agote la financiación europea, no seamos capaces de innovar con recursos propios.