Una economía de titanio
El titanio es un metal extremadamente duradero, resistente a la corrosión, ligero e increíblemente fuerte. Quizá no lo reconozcamos, pero está a nuestro alrededor en móviles, coches, equipamiento deportivo, maquinaria, o dispositivos médicos. También hay empresas hechas de titanio. Duras, persistentes, competitivas, con tecnología propia y excelentes equipos directivos, capaces de resistir y crecer más allá de los ciclos económicos. Así lo afirman un grupo de consultores de McKinsey en su libro The Titanium Economy.
¿Cómo son las compañías que de forma sistemática baten los mercados, crean empleo, y construyen un futuro sostenible? Un núcleo de más de 4.000 empresas en EE.UU. constituye la llamada “economía de titanio”. La mayoría ha conseguido retornos de la inversión iguales o superiores a las mucho más famosas startups del Silicon Valley. En Europa, la economía de titanio está constituida por silenciosos “campeones ocultos”, empresas industriales de tamaño medio, competitivas en nichos globales, tecnificadas y fuertemente vinculadas al territorio. Compañías de origen familiar, poco sensibles a los caprichos del mercado financiero y capaces de pensar estratégicamente en el largo plazo. En Alemania constituyen sólidos clústeres industriales (mittelstand) , base de la tradicional potencia exportadora germana. Son campeonas globales de nicho, muy especializadas y bien conectadas a centros de I+D aplicado (como los centros tecnológicos Fraunhofer, creados para situar a la industria en la frontera del conocimiento).
Las empresas de titanio están digitalizadas y lideradas por un management de corte tecnológico, más preocupado por generar ventajas competitivas sostenibles que por la creatividad financiera. Detrás del escenario y lejos de los focos mediáticos, construyen la prosperidad real. No aparecen en las noticias, pero son las grandes fuentes de empleo de calidad, grandes estabilizadoras sociales. Según McKinsey, la economía de titanio en EE.UU. tiene el potencial de redefinir la industria norteamericana y el futuro del país, creando más de 1,5 millones de empleos. Biden se dirige claramente a ellas con sus planes de reindustrialización e impulso de la I+D.
La globalización ha muerto: la idea de un único sistema productivo internacional dirigido por finanzas globales, redes digitales interconectadas, circulación de contenedores just-in-time y grandes corporaciones que ubican sus fábricas persiguiendo el bajo coste laboral, se ha desvanecido. Media humanidad, en una diagonal que va de Siberia a Patagonia, pasando por China, Oriente Medio y África, no acepta un modelo que consideramos el mejor de los posibles (democracia liberal y capitalismo de mercado).
Un modelo desafortunadamente pervertido por el cortoplacismo financiero, como explica el libro Jack Welch: El hombre que rompió el capitalismo. ¿Cómo hacer crecer una compañía, según algunos gurús de la época? Adquiriendo agresivamente empresas, comprando cuota de mercado, destripando costes, externalizando actividades, deslocalizando fábricas, substituyendo empleo cualificado por empleo precario, presionando proveedores, recortando I+D y recomprando acciones de la propia compañía para hinchar su valor (y retribuir a directivos con bonus vinculados al precio de la acción).
Así, General Electric (empresa dirigida por Welch) llegó a ser la empresa más rica del mundo, y el propio Welch se convirtió en un ídolo de gestión. Aunque su enfoque a la ingeniería financiera, renunciando a la excelencia tecnológica, llevó finalmente a GE a ser un recuerdo de lo que fue. La propagación de esa agresiva mentalidad de gestión por el mundo corporativo contribuyó a la desindustrialización de las economías occidentales. La deslocalización llevó a una pérdida de control de actividades críticas. En sectores de alta complejidad, la manufactura requiere supervisión y proximidad con ingenieros y científicos. La innovación es un fenómeno que florece en clústeres locales. Las recientes caídas de Silicon Valley Bank y Credit Suisse nos vuelven a alertar de los riesgos de la excesiva financiarización de la economía.
Las estables empresas que configuran la economía de titanio han sido menospreciadas e incomprendidas en los años de orgía financiera e ingeniosas plataformas digitales. Menos del 1% de del capital riesgo va a la tecnología industrial. Pero está naciendo un nuevo management. Frente al capitalismo de tiburones, necesitamos una nueva mentalidad de campeones ocultos, que forje una robusta economía de titanio, especializada en sectores industriales como la automoción, los semiconductores, la biofarmacia, la maquinaria de precisión, las renovables o los dispositivos médicos. Frente a la especulación y la rápida compraventa de acciones, la paciente construcción de capacidades tecnológicas. Frente a los halcones de las finanzas, una nueva consciencia de gestión inteligente (basada en I+D), inclusiva (que cree empleo de calidad), sostenible (respetuosa con el medio ambiente) y humanista (comprometida con el desarrollo de personas y territorios)
En Euskadi, se han hecho importantes trabajos de apoyo a sus campeones ocultos. Su economía de titanio siempre ha sido una prioridad estratégica de los gobiernos (allí, cultura del acero, la taladrina y la automatización industrial). En Madrid, la fundación Cotec acaba de publicar un magnífico estudio sobre empresas gacela. Otra fundación, Cre100Do, pretende consolidar una economía de titanio en España, aglutinando pequeños gigantes. Algo se mueve. En Catalunya, existen centenares de campeones ocultos, grandes olvidados de las administraciones.
La pandemia nos mostró nuestra debilidad y falta de autonomía industrial y tecnológica. La guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto nuestras carencias en energía y defensa. Las políticas genéricas de competitividad ya no son suficientes. Es el momento de la política industrial, del refuerzo de las capacidades locales, de forjar una economía de titanio que nos haga invulnerables. Seleccionemos mil campeones ocultos y diseñemos un marco institucional y financiero para que multipliquen por cien su tamaño en diez años.