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Políticas de innovación: ¡el problema son los indicadores!

ON Economía | | 4 minutos de lectura

Cuando hablamos de políticas de innovación, lo primero que miramos es el porcentaje de inversión sobre el PIB. Hace años que el comentario es el mismo: si bien la recomendación europea es llegar al 3%, solo cinco estados lo cumplen. Estados Unidos invierte un 3,5%, Japón un 3,3%, China un 2,4% y Europa un 2,2%. España se queda en torno al 1,4%. Este año, gracias a los fondos Next Generation, ha aumentado un poco; menos de lo que esperábamos, pero ha aumentado. Ahora bien, ¿ha movido la aguja de la innovación? La respuesta unánime es NO.

La lista de problemas es casi interminable y cambia poco de una década a otra. La falta de capacidad para transformar la investigación en innovación —la conocida Paradoja Europea— y las dificultades que plantea la administración a todos los niveles son factores clave. Esto incluye desde la regulación hasta su capacidad para ser motor de adopción, pasando por los incentivos fiscales y la rapidez administrativa. El “Estado innovador” del que solemos hablar los europeos es, en realidad, un estado muy eficiente a la hora de crear anticuerpos contra cualquier intento de innovar.

También hay que mencionar la baja intensidad competitiva de países y regiones como la Unión Europea. En Europa, la competición suele ser más local, pequeña y regulada. Las barreras de entrada son importantes y la capacidad de escalar es baja. ¿Os imagináis una OpenAI europea? Una empresa que, en poco más de 5-7 años, pase de no ser nada a valer un trillón de dólares, como puede llegar pronto. Seguro que no. Este nivel de dinamismo, acceso al talento, a los recursos y a la facilidad de crear proyectos no parece factible en Europa.

El mundo se mueve a esta velocidad; si no somos capaces de seguirlo, simplemente nos quedaremos rezagados, con todo lo que ello implica para la prosperidad, la libertad, las políticas sociales y la capacidad de decisión.

Problemas estructurales 

Si nos fijamos en toda la lista de problemas mencionados —y muchos más que faltan—, veremos que todos son problemas estructurales. Son problemas que no se solucionan con dinero y que, incluso, el dinero puede contribuir a agravar. Estos problemas están relacionados con los incentivos y la estructura organizativa que los alinea.

Pongamos un ejemplo simple, aunque simplista: si la promoción en las universidades se basa en la cantidad de "papers" publicados en diferentes niveles de calidad, independientemente de su impacto, no nos puede sorprender que los profesores universitarios dediquen poco tiempo a crear empresas o a hacer scale-up de pymes. Si lo hicieran, no progresarían dentro del sistema universitario, que no valora formalmente estos esfuerzos.

Este ejemplo ilustra la importancia de alinear incentivos con objetivos. Cuando están desalineados, algunos profesionales irán más allá de las metas de la organización para lograr objetivos sociales. Pero si alcanzar las metas de la organización se vuelve complicado, o si las metas sociales se perciben como un esfuerzo inútil, las abandonarán.

¿Qué estamos midiendo? 

En innovación, a menudo solo se mide el esfuerzo presupuestario. Detrás de esto está la creencia de que, aunque haya muchos otros factores, mejorar esta variable mejorará el resultado. Pero esta creencia solo es cierta cuando los objetivos están alineados y la organización es eficiente.

Fijémonos en un ejemplo cercano: ¿creéis que, si dotáramos a la administración de justicia con mucho más dinero, sin cambiar procedimientos, incentivos y estructura organizativa, mejoraríamos algo? Probablemente todos estaremos de acuerdo en que no mejoraríamos mucho el actual status quo. Pues lo mismo ocurre con la innovación.

Cambiar de perspectiva 

Seguir centrándonos en el porcentaje de inversión en innovación sobre el PIB es, a menudo, una forma de evitar los problemas reales. Estos problemas estructurales son los que podemos y debemos solucionar. Insistir en un tipo de problema donde el margen de actuación es mucho menor no solo es poco útil, sino que, incluso, si lo solucionáramos, no nos haría avanzar mucho.

Es necesario afrontar los problemas reales, los estructurales, que son difíciles de resolver. Debemos dejar de perseguir soluciones mágicas que finalmente nunca lo son.