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Por qué el dinero no llega

El País | | 3 minutos de lectura

Después de sentir la lentitud en la respuesta de las administraciones cuando las alertas llegaron más tarde que la riada y en los días inmediatamente posteriores, a la ciudadanía valenciana le toca sufrirla una vez más ahora. La mayoría se pregunta cuándo les va a llegar la ayuda o directamente si hay alguna para ellos. En este último tramo los afectados por la dana no penan en soledad: se suman a esos 600.000 hogares que, según la Airef, tendrían derecho al ingreso mínimo vital (IMV), pero no lo disfrutan; o al 75% que podrían tener del bono social eléctrico sin tenerlo; o a madres y padres que cada inicio de curso escolar se enfrentan a becas fragmentadas y con recorrido desigual.

La España de esta década activa fuentes de apoyo (el IMV es, por así decirlo, nuevo y surgió con consenso durante la pandemia) y pone el dinero (van casi 17.000 millones para los afectados por la dana), pero sus canales de distribución siguen atascados. De hecho, paradójicamente, la primera causa de este atasco es que tiene demasiados canales. No demasiados recursos, ojo. Eso lo diluye y aumenta las probabilidades de que un hogar no solicite todo lo que podría, obligado a acudir a demasiadas ventanillas. En la dana, por ejemplo, solo para daños en vivienda tenemos las ayudas de la Generalitat, del Ministerio del Interior y la compensación del Consorcio. Además, existen otras previas aplicables para la renovación energética. O para un hogar en umbral de pobreza con niños: IMV con complemento por hijo, becas, ayuda de material escolar o banco de libros, según la comunidad e incluso el municipio en que resida. Para el legislador parece lógico que cada una de estas ayudas obedece a razones distintas. Pero desde el punto de vista del ciudadano, es lógico que se pregunte que, si la riada, la pobreza o la necesidad de acudir al colegio en condiciones son las mismas, ¿por qué las ayudas difieren?

Pero es que son además difíciles de pedir y conseguir. El sistema público sigue dejando la mayor parte de la responsabilidad en quienes buscan su apoyo: identificar entre todas las opciones la que les corresponde (o incluso saber que existen), recopilar la habitualmente ingente información y papeleo, no omitir nada y ajustarse hasta el último sello y formato. Presentarlo en tiempo y forma. Entender la respuesta. Es difícil salir de estas dinámicas, porque no surgen por azar. La multiplicidad de canales responde a un proyecto de Estado federal, multinivel, inacabado; uno que carece de suficientes mecanismos de coordinación, ni vertical ni horizontal. Los distintos niveles administrativos se comunican menos de lo que nuestra Constitución presupone. Lo mismo ocurre entre ministerios o consejerías, evitando duplicidades, entendiendo que sirven a la misma ciudadanía con problemas comunes. A ello se suma algo más profundo: mantenemos una relación con lo público inclinada hacia la desconfianza. Décadas de corrupción han cimentado esta desconfianza mutua: una Administración pública más diseñada para vigilar, controlar y autocontrolarse, que para ayudar.

Ante este diagnóstico, lo que probablemente sí funcionará (está funcionando ya en meritorios ejemplos) será agrupar los mecanismos por demandas, necesidades y población objetivo. O, simplemente, identificar cambios que ahorren un proceso aquí o un trámite allá, dándole la vuelta al proverbio valenciano: tota pedra desfà paret (toda piedra hace pared).