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El fin del mundo

La Vanguardia - Dinero | | 3 minutos de lectura

Se acerca el mes prevacacional y, como todos ustedes saben, el 31 de julio será el fin del mundo. De hecho, cada año lo es. La parada estival nada tiene que ver con la de final de año que, según cómo caigan los festivos, puede alargarse un par de semanas, a lo sumo, y con días sueltos en que se pasa por el trabajo, la oficina, el despacho o el taller. Pero agosto es distinto. A pesar de que desde que estamos en la UE y han proliferado las empresas globales y sedes de multinacionales, y que las compañías españolas se han globalizado, el calendario de vacaciones escolares de nuestros infantes sigue siendo largo como un día sin pan, y se extiende desde finales de junio hasta primeros o incluso mediados de septiembre, con lo que los padres trabajadores están conminados a tomarse entre tres y cuatro semanas de vacaciones en agosto, so riesgo de arruinarse a base de colonias infantiles y monitores sin licencia.

Resulta además que septiembre es mes de planes de negocio, de planes de marketing y de preparaciones de campañas de lanzamientos de novedades, de publicidad y de promociones que, como no estén listas para final de octubre, no llega uno a Navidad. 

Si lo ponemos en una coctelera, incluso sin necesidad de agitar mucho, tenemos al efervescente mes de julio, The final countdown, que diría el cantante. El estrés y burn-out por acabar lo inacabable afecta a uno de cada tres trabajadores. Ya no digamos si eres carpintero o instalador o mecánico, que hay que acabar la estantería del niño, la red de fibra de la oficina reformada o el coche familiar para que el cliente pueda ir a Disneyland. 

En el plano profesional solo hay dos alternativas. Decir sí a todo, asegurar al jefe y clientes que todo estará listo para el fin del mundo, y luego verse obligado a pasarse por el trabajo o llevarse el portátil para acabar lo que no dio tiempo a hacer. O bien plantarse y, como el niño al emperador desnudo, espetar al superior o al cliente que no, que lo que pide es imposible, que no se va a llegar a vacaciones con su interminable lista de todo tachada. Decía mi madre que más vale una morado que ciento colorado. Y llevaba razón.

En cuestiones de timing y compromisos profesionales hay que ser muy estrictos y no podemos caer en la empatía, la posición de salvador del mundo o el miedo a decir que no. Máxime cuando muchas de las solicitudes que nos caen son resultado de una dilación de un superior en dar el go a lo que fuera que hay que terminar.

Si todo esto no le sirve, desempolve la Matriz de Eisenhower, que combina lo urgente/no urgente con lo importante/no importante. Vaya al cuadrante urgente/importante y obvie lo demás. Porque o no es urgente o no es importante. It's the final countdown...