El error de la desglobalización
La pandemia y la guerra de Ucrania han acelerado el debilitamiento de la globalización económica. Hoy la rivalidad entre China y Estados Unidos divide todavía más al mundo. Esta tendencia hacia el proteccionismo tiene un lado muy preocupante, porque la integración de los mercados ha servido para sacar de la pobreza a millones de personas y multiplicar la prosperidad global. Sin duda ha generado también efectos negativos al crear fuertes desigualdades dentro de los Estados, que han favorecido los movimientos populistas y antisistema. China, por su parte, ha aprovechado el sistema de comercio mundial sin cumplir del todo sus reglas.
En uno de los debates más interesantes del Foro de la Toja este fin de semana, Dani Rodrik, profesor de Economía en Harvard, ha propuesto un aterrizaje suave de la desglobalización, de modo que se aproveche todo lo bueno que trae consigo. Se trataría de dejar atrás lo que él llama «hiper-globalización», una exaltación de los mercados internacionales por encima de los objetivos de los gobiernos, que se ven impotentes para fortalecer la protección social o fomentar la industria local y los empleos bien pagados. La globalización no tendría nada de inevitable y quedaría sujeta a la política, que le daría forma de acuerdo con prioridades domésticas.
Rodrik sugiere volver al espíritu de la Conferencia de Bretton Woods, en 1944. En la gélida estación de esquí de New Hampshire se puso en pie un modelo de organización internacional que estaba subordinado a las necesidades de los Estados y no al revés. El auge del comercio mundial y el desarrollo de políticas de bienestar a nivel nacional no solo eran compatibles, sino que se reforzaban. Estados Unidos, y en parte sus aliados, controlaban el proceso de mundialización.
La nueva política industrial de la Administración Biden, pensada para que las empresas produzcan en su país y favorecer así a la clase media, sería el primer paso hacia unas reglas del juego mejor pensadas. Pero el propio académico señala que su teoría puede servir de poco por la rivalidad creciente entre Washington y Pekín. Corremos el riesgo de que las élites de estos dos países adopten la mentalidad de que su relación es un juego de suma cero en el que de forma necesaria solo puede ganar uno y el otro perder. Se pasaría por alto la enorme interdependencia económica entre las dos superpotencias y el potencial de cooperación que tienen para afrontar juntos problemas globales.
La solución de Rodrik es no dejar que los expertos en seguridad y defensa definan este nuevo mundo, para eso ya están los catedráticos de Economía.