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La virtud de Donald Trump

La Vanguardia | | 4 minutos de lectura

Tiren ustedes una moneda al aire y contengan la respiración. Si sale cara, gana Kamala Harris. Si es cruz, vuelve Donald Trump. Esas son las probabilidades que el promedio de encuestas, predictores y casas de apuestas otorgan a cada uno de los candidatos a las elecciones que se celebrarán el martes 5 de noviembre en Estados Unidos. Unas elecciones decisivas para la democracia, como lo han sido todas desde que en el 2016 Trump se presentó por primera vez. Pues quedó claro desde el inicio que su candidatura no representaba una alternancia más entre demócratas y republicanos, sino la ruptura del tablero de juego.

Y, en efecto, su presidencia supuso en el ámbito interno una vulneración de todas las reglas, escritas e implícitas, de la democracia. La apoteosis final fue su negación, contra toda evidencia, de su derrota electoral y el intento de subvertir el traspaso de poderes a través de la invasión del Capitolio por una turba de secuaces espoleada por él mismo. En el ámbito externo, el precario orden mundial, ya de por sí puesto en cuestión por la emergencia de China como rival en el liderazgo y la elevación de otros países a la categoría de potencias medias relevantes, fue zarandeado por la negación de Trump a aceptar las instituciones y tratados internacionales que su propio país había promovido desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Una nueva presidencia de Trump puede ser mucho más dañina que la anterior. En primer lugar, porque en el 2016 llegaba como un elemento ajeno al sistema sin una agenda definida, mientras que ahora se presenta con un Partido Republicano subyugado, un plan muy definido de asalto a las instituciones del llamado “Estado profundo” y el apoyo de magnates como Elon Musk y Peter Thiel.

En segundo lugar, porque nos hallamos en un mundo mucho más convulso que entonces y los líderes que más contribuyen a las turbulencias son fervientes partidarios de su vuelta al poder. Me refiero a sus buenos amigos Vladímir Putin y Beniamin Netanyahu, ambos empeñados en proseguir las dos guerras que más contribuyen a socavar el orden internacional.

Pero Donald Trump tiene la gran virtud de definir de forma determinante el campo de batalla al erigirse en el modelo que reúne todos los atributos del antihéroe. Frente al emprendedor hecho a sí mismo propio de la épica empresarial americana, es un promotor inmobiliario que ha construido su imperio dejando un reguero de prácticas empresariales dudosas. Alejándose del ejemplo de los caídos por la patria que reposan en el cementerio de Arlington, evitó con subterfugios servir en el ejército. Ignorando los avances del feminismo en el último siglo, ha mostrado un absoluto desprecio por los derechos de las mujeres. Negando la esencia de la nación americana, formada por sucesivas oleadas de extranjeros atraídos por su sueño, tiene como mensaje central de su programa la demonización del inmigrante.

Y todo ello girando en torno a un personaje de un narcisismo infinito, carente de toda moral, perseguido por diferentes delitos, que no duda en utilizar el insulto y la mentira de forma sistemática. Pero su estrategia de victimización y negación de la evidencia ha dado frutos en una sociedad que, al tiempo que presenta un envidiable dinamismo y creatividad, se muestra desgarrada en lo más hondo, hasta el punto de que una mitad del electorado es capaz de ignorar en el candidato republicano toda una ristra de fechorías que, cada una de ellas por sí sola, inhabilitarían a cualquier otro candidato.

Por todo ello, llamar al voto demócrata es un imperativo moral, aunque hacerlo desde esta tribuna sea como elevar la voz que clama en el desierto, pues pocos de los lectores de este diario tienen derechos políticos en Estados Unidos. Pero ante la alta probabilidad de que un personaje así retorne al liderazgo del país más poderoso del mundo, es necesario reafirmarnos en una escala de valores que la posmodernidad líquida a la que se refería Zygmunt Bauman parecía haber desdibujado. Me refiero a cosas tan elementales como la búsqueda de la verdad, el respeto a las instituciones democráticas o el reconocimiento en el otro de alguien que podríamos ser cada­ uno de nosotros. Algo que tanto Trump como sus amigos están empeñados en negar.