La balada de los vicepresidentes
Tanto Donald Trump como Kamala Harris han querido reforzar sus candidaturas dando un peso especial a los aspirantes a vicepresidentes. Tal vez porque eran conscientes de las limitaciones propias (avanzada edad o ejecutoria pasada poco brillante), han elegido con sumo cuidado a su compañero de ticket. Por un lado, Trump se ha dejado aconsejar por sus hijos Don y Eric, y ha seleccionado a J. D. Vance. El senador por Ohio es un joven con un perfil ideológico duro, muy conectado con los votantes libertarios, que piden pocos impuestos y menos regulación, y con los evangelistas, en busca de jueces muy conservadores.
Vance tiene una historia de superación personal que contó en un libro exitoso, con el que saltó a la fama. Consiguió dejar atrás una situación familiar muy complicada, se alistó en los marines y logró estudiar Derecho en la Universidad de Yale, donde se forman algunos de los mejores juristas del país. Luego se hizo inversor en Silicon Valley, ganó sus primeros millones y decidió dar el salto a la política. Aunque venció en el debate de aspirantes a vicepresidente, su defensa de posiciones radicales en temas de familia e inmigración y sus críticas pasadas a Trump, al que llegó a calificar de Hitler estadounidense, han lastrado su campaña. Además, es un orador algo robótico, en las antípodas del magnate. Vance aspira a ser su heredero al frente del partido republicano en el caso de que conquisten la Casa Blanca.
Harris ha hecho equipo con Tim Walz, gobernador de Minesota, antiguo congresista, profesor de instituto, soldado y entrenador de fútbol americano. Es el retrato perfecto del político demócrata del interior: un hombre hecho a sí mismo, cercano a los electores, afable, incluso con un cierto aspecto de Papá Noel. Ha gobernado desde posiciones socialdemócratas en su Estado, pero fue un legislador centrista en Washington, inclinado a pactar con los republicanos.
Walz empezó añadiendo popularidad a la candidatura de Harris, pero con el paso de las semanas su simpatía a veces parece forzada, una actuación demasiado calculada. Ha cometido errores al hablar de su pasado como profesor en China y su servicio en la Guardia Nacional. Ya no está claro que funcione como el arma secreta de los demócratas en Estados decisivos como Míchigan o Pensilvania, en los que muchos votantes de clase trabajadora se pasan al movimiento trumpista MAGA (Make American Great Again).
Al final, en estas elecciones los vicepresidentes no van a ser el revulsivo que buscaban los candidatos. En tiempos de crisis, la personalidad del líder es lo que cuenta y los adjuntos tienen poco que decir.