La religión en campaña
Una de las reglas no escritas de la política estadounidense es que todos sus presidentes practican alguna religión. Donald Trump fue la excepción cuando ganó en 2016, pero esta opción personal no le ha impedido ser entonces el candidato favorito de los votantes evangelistas. La mayor parte de las confesiones cristianas lo respalda ocho años después, no porque sea un ejemplo moral, sino por una razón muy práctica. El aspirante republicano les asegura que si vuelve a la Casa Blanca todos los jueces federales y del Tribunal Supremo que haya que nombrar serán seleccionados por un ‘lobby’ ultraconservador. Los evangelistas aceptan el trato y no critican la xenofobia o el machismo de Trump, ni tampoco comentan sus condenas penales por fraude.
Por su parte, Kamala Harris es hija de una hindú, pertenece a una iglesia afroamericana y, al estar casada con un judío, celebra también en su casa las fiestas de esta confesión. En un mitin reciente de la candidata demócrata, varios asistentes la han interrumpido con gritos exaltados invocando a Jesucristo. Ella les ha dicho que se equivocaban de reunión y esta respuesta ha bastado para que Trump la acuse de ser anti-cristiana.
El oportunismo y la hipérbole le funcionan muy bien al republicano. No tiene nada en contra de la contradicción: ahora se proclama antiabortista, aunque a lo largo de su vida ha financiado campañas de candidatos demócratas, incluida la de Harris cuando se presentó a fiscal general de California. En estos meses pasados hemos visto a Trump vendiendo su propia edición de la Biblia para recaudar fondos y congraciarse aún más con los evangelistas. Se trataba de una versión ‘made in China’, pero ese detalle no parece importarle a la tribu nacionalista de los MAGA (Make America Great Again).
Muchos miembros de la clase trabajadora que se declaran católicos, de origen italiano, irlandés o polaco y típicamente demócratas, también se han pasado a Trump. Han visto cómo el partido de sus mayores dejaba de hablar de ellos y de preocuparse por su futuro, mientras sufrían las consecuencias de una desigualdad económica cada vez mayor.
Los demócratas han sustituido la idea de movilidad social, el sueño americano, por la exaltación de las minorías. Se trata de un giro multicultural típico de las grandes ciudades de las dos costas que produce rechazo en el interior del país. Los personajes que vemos en las series de Netflix no reflejan la otra mitad de la población estadounidense, mucho más conservadora y tradicional. Donald Trump lo ha entendido y ha tenido la habilidad de colarse en la primera fila de la procesión.