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La profesión de innovar

Las ideas disruptivas no surgen de procesos y personas inmersas en el día a día: hay que hablar con 'outsiders'
Suplemento Dinero de La Vanguardia | | 6 minutos de lectura

La innovación es un proceso organizativo que ha ido expandiéndose a lo largo de las últimas décadas, hasta ocupar espacios sustanciales y cada vez más estratégicos dentro de las empresas. Innovar se convierte en una profesión que requiere expertos polivalentes y con visión holística. Para innovar se necesitan personas creativas y sistemáticas. Sorprendentemente, todos somos creativos, todos llevamos la creatividad de serie, aunque no la practiquemos (la mata la cultura corporativa). Baste pensar en cómo fluyen las ideas cuando estamos relajados (conduciendo, paseando, nadando). El líder de la innovación explota la creatividad, y busca sistemática y deliberadamente nuevas ideas dentro y fuera del núcleo de negocio (recogiendo datos, buceando en análisis e informes, rastreando el entorno o mediante trabajos específicos).

La profesión de innovar requiere personas interactivas. La innovación es un proceso social y abierto, tanto más rico cuanto más se nutre de información externa. Innovar solo con gente interna lleva al incrementalismo. Hay que hablar con outsiders, personas de otros sectores, colectivos, edades, procedencias y estilos de vida para obtener perspectivas diferentes. Las verdaderas ideas disruptivas difícilmente surgen de procesos y personas inmersas en el día a día. El profesional de la innovación tiene visión estratégica. Es capaz de elaborar una diagnosis acertada de la realidad, una propuesta de valor diferencial (ahí está la innovación), y un plan de actuaciones consistente y coherente. El innovador debe saber identificar las fortalezas de la organización, y confrontarlas con las oportunidades del entorno, para descubrir fuentes de nuevos proyectos.

El profesional de la innovación debe prever el cambio tecnológico. La tecnología es hoy la principal fuerza motora de la innovación. Ninguna otra variable crea barreras de entrada a la competencia como la tecnología. Estamos inmersos en un mundo de desbordamiento tecnológico. Jamás subestimemos el poder transformador de la tecnología, ni creamos que a nosotros no nos van a afectar sus olas de destrucción creativa. Aprovechemos las fuerzas del entorno en beneficio propio: sed los primeros en explorar tecnologías emergentes, en utilizarlas, y, si es posible, los primeros en generarlas. Quien controle la tecnología controlará el negocio.

El profesional de la innovación debe tener mentalidad de capital riesgo. Una empresa innovadora explora y escala rápidamente nuevas oportunidades de negocio. El proceso de la innovación, en sus fases iniciales, requiere básicamente tiempo y talento. Se trata de filtrar las ideas, valorarlas y experimentar con ellas (por ejemplo, mediante prototipos) para contrastar hipótesis de mercado. En las primeras etapas, innovar es un proceso cognitivo: no va de destinar grandes presupuestos, sino de reducir la incertidumbre que acompaña a la novedad. Como los expertos en capital riesgo, el innovador dosifica recursos y escala inversiones a medida que existe mayor certeza de mercado. Una idea se convierte en oportunidad cuando se constata que es factible técnicamente, viable económicamente y deseable por parte de un colectivo.

El profesional de la innovación debe conocer metodologías avanzadas en gestión de la innovación. El management convencional falla en los análisis de oportunidades embrionarias. No podemos exigir un plan financiero de largo plazo para una idea que todavía debe madurarse, contrastarse y validarse contra un primer grupo de clientes. En startups tecnológicas, un business plan a cinco años es pura ciencia ficción. Servirá para contemplar escenarios posibles, pero deberemos pivotar hacia nuevos modelos en cuanto veamos que fallan las previsiones. Si la gestión clásica confía en la planificación (analizar primero y actuar después), en innovación disruptiva se avanza por experimentación (actuar primero y analizar después). Actuar para recoger datos y decidir.

Es como estar en una habitación a oscuras. ¿Dónde está la puerta de salida? ¿Dónde está el mercado? Nos movemos a ciegas, con cuidado, para encontrar la pared. Tocar la pared es información, no un fallo. Nos hacemos una idea del espacio y, por prueba y error, daremos con la salida. Hay que experimentar rápido y barato. Y ser tenaces. Martin Luther King dijo "tengo un sueño", no "tengo un business plan".

El profesional de la innovación debe ser un extraordinario gestor de proyectos. De hecho, gestor de una cartera de proyectos. Como un inversor profesional, debe saber que una cartera diversificada de proyectos diluye el riesgo. Los proyectos son experimentos corporativos. Si los organismos vivos evolucionan y se adaptan por cambios aleatorios (mutaciones en el ADN, algunas de las cuales son seleccionadas por el entorno), las empresas lo hacen por cambios inteligentes (innovaciones), con inteligencia competitiva. Curiosamente, la evolución natural es una forma de progreso sin planificación (por experimentación). Igual que la innovación corporativa.

El profesional de la innovación debe ser un buen conocedor del ecosistema de soporte. Deberemos establecer conexiones con segmentos de usuarios líderes, expertos, universidades y centros tecnológicos; e identificar y tener acceso a las fuentes de conocimiento y financiación de la innovación. En algunos momentos, la I+D en España podía salir prácticamente gratis (hay maestros en ello), sumando deducciones fiscales y ayudas directas. Hay que conocer los entresijos institucionales, los procesos de financiación, y buscar mecanismos de garantía jurídica. No es fácil, pero el apalancamiento de recursos financieros es uno de los grandes campos de especialización para los profesionales de la innovación.

Y, finalmente, el profesional de la innovación debe ser un líder. No hay innovación sin liderazgo: nada cambia sin iniciativa y acción. Tampoco hay liderazgo sin innovación: no se puede liderar lo que es inamovible. Todo ello, al final, requiere un conjunto de capacidades específicas, cada vez más demandadas, que convierten la innovación no solo en una pasión, sino en una profesión emergente con futuro muy prometedor.