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Operación Kamala

El Correo | | 3 minutos de lectura

La vicepresidenta Harris ha sorprendido a muchos por la fuerza con la que ha empezado su campaña por la presidencia sin estar formalmente confirmada como candidata. Ha aprovechado muy bien la condición de sucesora de Joe Biden y ha atraído a los principales donantes y mandarines del Partido Demócrata, incluido los royals, las familias Obama y Clinton. Una semana después de su ascenso, las encuestas han reducido la distancia con Donald Trump, aunque el republicano sigue en cabeza. 

Una de las ventajas de Kamala Harris es que resulta bastante desconocida para muchos votantes. Ha sido una vicepresidenta ninguneada y sin brillo, una circunstancia que le permite presentarse ahora con un mensaje nuevo y proyectar una imagen distinta a Biden. Los votantes no le culpan de la alta inflación, por ejemplo, aunque sí de la inmigración desordenada, porque éste fue uno de los pocos asuntos en los que trabajó desde la vicepresidencia. 

Le mueve un entusiasmo y un optimismo que contrasta con la falta de energía del todavía presidente. Es capaz de dejar atrás el fatalismo de los demócratas, resignados ante la vuelta de Trump. Su mensaje es que se puede ganar en noviembre y frenar el proyecto trumpista de miedo y odio. Pero la candidata es una apuesta arriesgada: no tiene la legitimidad de haber ganado unas primarias, para las que no había tiempo, y va a ser sometida a ataques cada vez más despiadados por los republicanos. 

Las elecciones presidenciales no se ganan por el voto popular, sino por el resultado en media docena de los llamados Estados decisivos. En concreto, la partida en esta recta final se juega en Michigan, Wisconsin y Pensilvania, razón por la cual el candidato republicano a vicepresidente es J. D. Vance, un político con tirón entre los trabajadores blancos de estos territorios. La elección de compañero de ticket de Harris es muy importante y se barajan los nombres de dos gobernadores demócratas, Josh Shapiro o Mark Kelly, ambos con sólidas credenciales centristas. 

Kamala tiene el reto de convertirse en solo cien días en una figura nacional, que despliegue gravedad y sentido de estado, y salga de su mundo de izquierda ‘woke’, en el que las minorías lo deciden todo. Ha de ser capaz de atraer el voto de muchas mujeres, la mayoría de ellas contrarias a las limitaciones federales y estatales al aborto. Al mismo tiempo no puede ahuyentar a votantes moderados con propuestas económicas demasiado intervencionistas. En su primer anuncio, muy multiétnico, pone a la libertad por encima de otros conceptos, cuando el mensaje que le permitiría ganar sería el de un futuro compartido.