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‘El arte de la prudencia’, un manual de enseñanzas de Baltasar Gracián

Cinco Días | | 6 minutos de lectura

Baltasar Gracián fue un hombre del Barroco. Escritor, filósofo, religioso de la Compañía de Jesús, moralista y hombre de su tiempo, nació en Belmonte en 1601, ocupó diversos cargos eclesiásticos en la Corona de Aragón y murió en 1658 en Tarazona. Hijo de un médico, tuvo una sólida formación clásica y esto le permitió escribir una obra de notable altura intelectual y filosófica.

En 1647 publicó El arte de la prudencia, un libro moderno y actual cuyos consejos o enseñanzas son de absoluta vigencia en el mundo presente y, muchos de sus aforismos, aplicables al ámbito de la gestión en general y de las empresas en particular.

Uno de los rasgos característicos de esta modernidad es que, a diferencia de la tradición escolástica medieval, donde la moral individual era indisociable de la moral y los preceptos religiosos, desde el Renacimiento, y, quizá, con Nicolás Maquiavelo como primer exponente con El Príncipe, se produce una separación entre la moral individual, que sí debe seguir los preceptos de la moral cristiana, y la moral que conduce las acciones de gobierno de personas, organizaciones, territorios o Estados (y, por tanto, extensible en la actualidad a las empresas). En este último caso, la consecución de determinados fines, que en última instancia buscan la felicidad de los pueblos, pueden necesitar la utilización de determinados medios e instrumentos que se separan de la estricta moral individual.

En segundo lugar, El arte de la Prudencia reúne varias características e ideas que lo acercan a la modernidad. Así, el axioma de que el mundo es hostil, muy presente en su contemporáneo anglosajón Thomas Hobbes -hoy lo podríamos dulcificar llamándolo entorno VUCA, acrónimo de volatility o volatilidad, uncertainty o incertidumbre, complexity o complejidad y ambiguity o ambigüedad-, el pragmatismo, la adaptabilidad, la exploración de la acciones de seducción, el uso del ingenio, la exaltación del individuo y de la acción individual, o la realización de movimientos tácticos que pueden conceder una ventaja frente a los competidores.

El arte de la Prudencia es un libro compuesto por trecientos aforismos que pretenden ayudar a enfrentarnos con éxito a un mundo competitivo y hostil, aplicando estas enseñanzas a situaciones concretas; de ahí su absoluta practicidad. La premisa inicial es pesimista, ya que Baltasar Gracián acepta sin discusión que el mundo es un enemigo al que debemos enfrentarnos, y el conocimiento que se precisa es eminentemente práctico, un saber que permita sobrevivir y prosperar.

A efectos de su translación a la gestión de determinadas situaciones o empresas, podemos clasificar estos consejos en cuatro categorías fundamentales persiguiendo otros tantos objetivos. Así, en una primera, dedicada a las virtudes que debemos perseguir para ser sabios y tener éxito en todos aquellos proyectos que emprendamos, destacamos: conocernos a nosotros mismos, nuestras fortalezas y debilidades, y no tratar de auto engañarnos, porque ello nos llevaría a tomar decisiones erróneas y a una ejecución incorrecta y de consecuencias indeseadas (aforismos 34, 89 y 225); que no hay otro camino que la virtud y la prudencia, porque no hay más buena ni mala suerte que la prudencia o la imprudencia (21); que carácter e inteligencia son dos cualidades indisociables para conseguir el éxito (2); que el saber y el juicio, y el valor y la fortaleza, contribuyen conjuntamente a la grandeza y hacen al hombre inmortal (4), o que cada día uno debe irse perfeccionando en la personal y en lo laboral hasta llegar al punto más alto, a la plenitud de cualidades (6).

En una segunda categoría, en relación a la forma de actuar o comportarse en la vida y en la empresa para lograr determinadas metas y cuál debe ser nuestro mindset o esquema mental, podemos destacar aquellos aforismos que hablan sobre lo necesario que es ser práctico en la vida (120); comprender que todas las cosas tienen utilidad, de todos se puede extraer un beneficio, incluso de la privación (189); tener una idea exacta de nosotros mismos y de nuestras posibilidades (194); encontrar inmediatamente lo bueno de cada cosa o experiencia (140), y adaptarse a las situaciones, siendo práctico y pragmático (232).

Desde la tercera categoría, relativa a la forma de interactuar y enfrentarnos a los demás para tenerlos de nuestra parte o minimizar su hostilidad, la obra de Baltasar Gracián apunta que no hay que intentar triunfar sobre el jefe (7); que es muy necesario contar con buenos colaboradores (62); que siempre se ha de conocer el punto débil de los demás (26); que las personas pueden ser manejadas por medio de la conversación y la elocuencia, que es un auténtico arte (22 y 148), o que determinadas ideas, capacidades o inclinaciones, no se deben mostrar para no quedar expuestos a los ataques de los enemigos (98).

Por último, en la cuarta categoría se nos aconseja a cómo conducir nuestra toma de decisiones previas a la acción. En este sentido, explica que debemos tener autocontrol, fundamental para mantener el equilibrio (8 y 207); mantener la independencia de las creencias personales, separadas de un comportamiento pragmático; “usar los medios humanos como si Los divinos no existieran” (251) y obrar siempre la prudencia, ya que capacita para vencer lo inesperado, con la reflexión (57).

Como conclusión podemos decir que la búsqueda y la obtención del éxito en un mundo complejo y convulso pasa por la búsqueda de la virtud, entendida ésta, no como un valor cristiano, sino como un conjunto de conductas y valores que conducen a la perfección y en última instancia a la felicidad. En su último aforismo, el 300, Baltasar Gracián nos dice que “la Virtud convierte al hombre en prudente, discreto, sagaz, cuerdo, sabio, valeroso, moderado, integro, feliz, digno de aplauso, verdadero (auténtico), es decir, un gran hombre en todo [...] La Virtud es el sol del pequeño mundo llamado hombre; el hemisferio es la buena conciencia. La Virtud es tan hermosa que consigue la gracia de Dios y la de la gente […] ella hace al hombre digno de ser amado cuando vive, y memorable una vez muerto”.