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Una despedida agridulce

ABC | | 2 minutos de lectura

La visita de Joe Biden a Berlín pone fin a cuatro años de una política exterior que ha fortalecido la OTAN y ha frenado la invasión rusa. Los europeos han empezado a hacer los deberes en seguridad y defensa. Pero este despertar transatlántico puede cambiar en pocas semanas: no se trata solo de la posibilidad cierta de que Donald Trump gane las elecciones del 5 de noviembre y recompense la agresión de Vladímir Putin. No en vano, el magnate neoyorquino ha prometido el repliegue del mundo, entonando el eslogan «América primero». Si Kamala Harris consigue la victoria, invocará la sensibilidad de su generación y trazará su propia senda. Su atlantismo estará subordinado a la prioridad de contener a China y mantener la hegemonía económica y tecnológica de Estados Unidos.

Biden es el último presidente estadounidense que se siente europeo y que se entiende a sí mismo desde las categorías mentales de la Guerra Fría. Lo ha mostrado en la guerra con Rusia, la defensa incondicional de Israel o las tensiones en el Indopacífico. Desde George Bush padre no había gobernado nadie con tanta experiencia internacional. Reunido estos días con los representantes de Alemania, Francia y el Reino Unido, el presidente ha insistido en apoyar a Ucrania, ante la llegada de un nuevo invierno que favorece la guerra de desgaste de Rusia. También ha intentado volver a poner presión a Benjamin Netanyahu después de la eliminación del dirigente de Hamás, Yahya Sinwar

El presidente no ha logrado alcanzar la paz en ninguna de las dos guerras que ha afrontado. Ambos conflictos le han impedido dedicar sus menguadas energías a los asuntos domésticos y formular de modo completo una «política exterior para la clase media». La guerra de Ucrania es impopular con los votantes republicanos. La de Gaza ha hecho que algunos jóvenes y la minoría árabe-americana de Míchigan valoren la abstención en vez de votar demócrata. La competencia con China en los países del llamado Sur Global no va bien. La labor pendiente en política exterior es enorme, pero solo uno de los candidatos a la Casa Blanca lo entiende así.