La frágil coalición
Asistimos estos días a un goteo de anuncios del futuro equipo de gobierno del presidente republicano Donald Trump, en pleno apogeo tras su contundente victoria electoral. Tras su reunión con Joe Biden para preparar la larga transición (no jurará el cargo hasta el 20 de enero), se ha permitido bromear que no estaría mal que sus fieles le pidiesen quedarse un tercer mandato, algo prohibido por la Constitución. Los elegidos para formar parte del ‘dream team’ trumpista no son muy tranquilizadores y cuanto antes nos demos cuenta los europeos de que vienen curvas, mejor.
Donald Trump no se está rodeando de los mejores, sino de los más serviles o de los que tienen más dinero. La ideología tecno-optimista de algunos emprendedores de Silicon Valley está muy presente en el diseño del segundo mandato. La premisa es que los problemas sociales se pueden resolver con soluciones tecnológicas, las cuales en teoría permitirían prescindir de los consensos y de la labor de miles de funcionarios, en todos los niveles. En especial, la omnipresente figura de Elon Musk llama la atención. El conocido empresario y narcisista supremo se ha convertido en el ‘alter ego’ del presidente electo. Se supone que orientará la reforma del sector público. No entrará en el Gobierno porque tendría que hacer frente a una montaña de conflictos de intereses, dada la relación estrecha de sus empresas con la Administración federal. Sus vínculos con China, donde fabrica la mitad de los coches Tesla, también le condicionan fuertemente.
La devoción de Trump por los que tienen más dinero que él se explica porque toda su vida ha buscado ser aceptado en la elite social y cultural del país sin conseguirlo nunca. Ahora se dispone a encumbrar aún más a los que no necesitan más reconocimientos. El problema es que la coalición de votantes que ha tejido con enorme astucia para ganar por segunda vez es muy frágil. Los libertarios, que votan con la cartera a favor de impuestos bajos y poca regulación, no son suficientes. Necesita mantener contentos a los evangelistas, que enseguida le reclamarán jueces y leyes a su gusto y, sobre todo, ocuparse de los ciudadanos que viven en la América profunda y son los perdedores de la globalización. Este grupo es el que más puede sufrir si pone en marcha sus planes para cerrar el país a la inmigración y el comercio –una estrategia que generará hiperinflación– y, además, recorta los servicios sociales. La desigualdad en Estados Unidos ha crecido en los últimos años y sería necesario hacer frente con urgencia a sus peores consecuencias con políticas públicas que funcionen.