Ómicron: lo que sabemos, lo que necesitamos saber y qué cabe esperar en la lucha contra la nueva variante

Jorge Galindo
29 nov., 2021

Por qué es preocupante

A principios de la semana pasada el mundo supo de ómicron, la nueva variante detectada por primera vez en Sudáfrica y Botswana. Menos de cinco días después la OMS la había declarado como oficiamente preocupante debido a las muchas mutaciones clave que acumula, y que en variantes anteriores hemos visto que se asocian con:
→ resistencia a anticuerpos
→ mayor eficacia de entrada a nuestras células
→ mayor infectividad
Lo que se deduce de todo ello es que ómicron podría esquivar al menos en parte la inmunidad adquirida, bien por infecciones pasadas o, en el peor de los casos, la de las vacunas. Por ahora, no hay evidencia clara de que vaya a producir una enfermedad más severa (tampoco una más leve).

El problema es que todo esto son suposiciones basadas en la composición genética de la variante y otros indicios preliminares, pero no en observaciones con datos suficientes de cómo se comporta en el mundo real.

El análisis más razonable y afinado sobre la capacidad de contagio de ómicron vs otras variantes que las que han circulado hasta ahora, aunque preliminar, lo ofrece Trevor Bedford, científico de referencia en análisis genómico de variantes del SARS-CoV-2. Para él, “en este momento, creo que estamos viendo una variante que potencialmente tiene una evasión inmune significativa y que parece estar extendiéndose rápidamente”. Pero incluso su estimación tiene un intervalo de confianza lo suficientemente grande como para que ómicron pueda acabar siendo más o menos parecida a las variantes anteriores.

La reacción actual

El problema inmediato es que tanto los políticos como los mercados han asumido el estimado de riesgo como muy alto, pero no el enorme intervalo de incertidumbre sobre ómicron. La reacción ha sido de certeza cuando la realidad permanece en interrogante. Los gobiernos lo han hecho probablemente movidos por la necesidad de mostrar algún tipo de reacción, y ese empeño se han centrado en el cierre inmediato de fronteras: una política accesible en corto espacio de tiempo, pese a que la evidencia muestre que no sirve de casi nada cuando no se conoce bien el lugar de origen del virus, ya se presumen o detectan casos en varios países, y el cierre de fronteras no es coordinado por todos los países. Con ómicron puede parecer que sabemos que viene de Sudáfrica y Botswana, pero en realidad lo único que podemos constatar es que estos países lo detectaron primero. Deducir que fue allá donde se originó equivaldría a caer en la falacia del borracho que busca las llaves de su casa solo donde alumbra la farola: Sudáfrica en particular tiene un sistema de vigilancia genómica particularmente bueno, lo cual hace más probable que detecte algo aunque no se haya originado allá. A día de hoy, además, se conocen casos de ómicron en Bélgica, Reino Unido y se intuyen en Alemania o Dinamarca: el virus ya está en Europa.

Los inversores, por su parte, se han dejado llevar por proxies más bien poco precisos para evaluar el riesgo, incluyendo la propia respuesta política sesgada hacia el peor escenario posible. Esto se ha visto alimentado por el incentivo a corto plazo de fijar atención en las mismas señales que el resto, produciendo una profecía autocumplida: si todo el mundo ve un peligro, aunque tú seas más escéptico debes seguir la misma señal o te quedarás expuesto. Por ahora esto afecta sobre todo a la vertiente inmediata de la inversión (esencialmente, las bolsas), pero si el círculo vicioso se mantiene durante semanas puede acabar dañando las perspectivas a largo, que ya estaban maltrechas por culpa de factores como la inflación, los precios de la energía, o los problemas en la cadena de suministros.

Llegados a este punto, lo único que puede romper el círculo vicioso y reajustar las expectativas es una nueva señal sobre ómicron que cambie el estimado actual de daño, y lleve a ajustar la respuesta tanto política como inversora.

Escenarios y políticas de respuesta

Habrá al menos cuatro oportunidades en el futuro inmediato para conseguir estas señales. Por orden y estimado aproximado de llegada:

1. Datos de laboratorio sobre la pérdida aproximada de inmunidad de las vacunas, que indiquen a partir de análisis basados en muestras (y no en el mundo real) hasta qué punto los anticuerpos generados por las que tenemos sirven peor o igual contra ómicron – como mucho 14 días de acuerdo con BioNTech, co-desarrollador de la vacuna de Pfizer.

2. Datos de mundo real que afinen un mejor estimado de hasta qué punto aumenta la velocidad de contagio o la probabilidad de reinfección, completando lo que ya suponemos del escape inmune de ómicron – entre 2 y 4 semanas, suficiente para ver a ómicron competir en otros países donde hay más presencia de delta (casi inexistente a día de hoy en Sudáfrica).

3. Datos de mundo real que mejoren lo que consigamos en el punto (1), especificando cómo varía la efectividad para enfermedad grave y muerte – entre 3 y 7 semanas, de nuevo dependiendo de si algún país con alta vacunación y buena vigilancia (como el Reino Unido) es capaz de compilar datos al respecto.

4. Actualización de la vacuna desarrollada sobre plataformas mRNA (Pfizer, Moderna) u otras en caso de que sea necesario – entre 80 y 120 días; 100 días de acuerdo con el estimado actual de BioNTech (mRNA con Pfizer).

La información que vayamos recogiendo nos permitirá situarnos en uno de los siguientes tres escenarios, adecuando la respuesta dependiendo de dónde terminemos.

? Ómicron supone un desafío pero no nos devuelve a marzo de 2020. Este escenario es el más probable ahora mismo, en la medida en que podemos hablar de probabilidades con la escasa información disponible. En él, los datos de laboratorio confirman la capacidad de las nuevas mutaciones combinadas de reducir la efectividad de anticuerpos, pero solo en parte. Después, los datos de mundo real afinan las capacidades de ómicron poniéndola por encima de las variantes anteriores, pero sin que la efectividad de vacunas baje de manera dramática. En este mundo, la erosión de expectativas económicas sigue siendo considerable porque ninguna de las señales soluciona por completo el problema, y tanto gobiernos como inversores tienen incentivos para mantener el círculo vicioso centrado en las posibilidades más negativas.

Pero poco a poco se irá modulando conforme se aclaran las estrategias clave para combatir la variante, que idealmente deberían ser:

→ A corto plazo, contención específica de brotes con medidas centradas en los lugares de mayor impacto, evitando el recurso a restricciones de más amplio rango y menor efectividad (confinamientos nacionales continuados; cierres completos de fronteras).

→ En el medio plazo, adaptación de la política de vacunación, bien mediante el uso de combinación o refuerzos con las actuales (algo que ya está en marcha y que podría resultar efectivo contra ómicron), bien mediante la actualización de las vacunas existentes y la difusión paulatina de las nuevas dosis por perfiles de riesgo. En caso de nuevo desarrollo, llegará probablemente cuando las campañas de refuerzos en población vulnerable se haya completado, posiblemente implicando entonces la administración de un refuerzo adicional, desafiando la confianza social en la vacunación.

→ La aprobación de nuevos tratamientos antivirales sería conveniente para reforzar el muro de contención, especialmente del desarrollado por Pfizer que recientemente ha sido confirmado como efectivo contra hospitalización en estudios clínicos.

? Ómicron supone una pérdida marginal de inmunidad sin cambios significativos en el resto de dimensiones. El escenario más optimista supondría que, aunque los datos de laboratorio dentro de unos días confirmen que existe cierta erosión de inmunidad, ésta se traslade de manera leve o muy leve al mundo real, como ya ha sucedido con variantes anteriores. Con delta, por ejemplo, a principios de junio teníamos estudios preliminares de laboratorio que indicaban eficacia reducida de los anticuerpos pero poco después los datos de mundo real mostraron que en hospitalización y muerte no había apenas cambio. En este escenario las expectativas económicas se recuperan relativamente pronto, y las políticas de combate a ómicron se fusionan con las existentes para combatir cualquier otra variante, centrándose en maximizar el alcance de las dosis (incluidas las de refuerzo) en la población.

?  Ómicron erosiona casi toda la inmunidad acumulada y es necesario un cambio radical. Dentro del intervalo de confianza de los datos preliminares actuales cabe esta posibilidad. Es particularmente pesimista, pero queda en el borde de lo posible. En este escenario, tanto los datos de laboratorio como los de mundo real confirman una pérdida de inmunidad dramática, de manera que las vacunas actuales no son capaces de reducir más de un 40, 50 o 60% el riesgo de enfermedad grave o muerte (actualmente, las usadas en Europa están por encima del 90%). El mundo no volvería a marzo de 2020, pero este evento marcaría el peor punto desde el inicio de la pandemia. Las expectativas económicas y la propia actividad decaerían hasta acercarse o sobrepasar el punto de recesión. Y las políticas para combatir la variante necesitarían un empuje correspondiente:

→ A corto plazo, cierres de actividad y movilidad generalizados, similares a los de 2020.

→ La aprobación temprana y acelerada de los nuevos tratamientos antivirales con estudios de seguridad y eficacia avanzados sería en este caso imprescindible para reforzar la defensa tan pronto como fuera posible.

→ A medio plazo, sustitución inmediata pero inevitablemente gradual de las vacunas disponibles por su versión actualizada, en el plazo aproximado de 3-4 meses hasta su desarrollo, adicionando los tiempos correspondientes para fabricación (que en este caso se reducirán respecto a la primera versión en tanto que ya existe mucha más capacidad instalada). Aunque deberían evitarse los patrones de desigualdad en el acceso (especialmente entre países ricos y el resto) que se han observado hasta ahora, y que son los que en buena medida han facilitado la emergencia de nuevas variantes, lo más probable es que se reprodujeran una vez más. También hay que subrayar que el riesgo de pérdida de confianza en la vacunación es marginalmente mayor en este eventual escenario.

Independientemente del escenario en que terminemos sería necesario considerar desde ya que ómicron no será la última variante complicada con la que nos enfrentaremos. La circulación del SARS-CoV-2 y su demostrada capacidad de mutación es lo suficientemente amplia como para que nos planteemos la lucha contra el virus como una carrera de fondo de obstáculos, en la que sería necesario disponer de mayor pragmatismo político y coordinación entre países para modular expectativas y mejorar nuestras respuestas, especialmente en el plano de la vacunación, en el que adaptaciones y ampliaciones serán probablemente inevitables. Casi dos años después, sigue siendo cierta la máxima de política pública de que durante una pandemia de un virus respiratorio nadie está del todo seguro hasta que todos no lo están.

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